viernes, 11 de diciembre de 2009

No es más ciego el que no ve, si no el que no quiere ver.
Un partido de fútbol depende mucho del estado de ánimo de los equipos
( en realidad de sus jugadores ), quienes lo demuestran en su andar cuando tienen rachas positivas ó negativas.
Hoy encontramos ejemplos en muchos equipos, donde lo mental supera a la buena o mala técnica del jugador. En la racha positiva libera al talentoso y agranda al más modesto, mientras que en la negativa lo limita, lo entorpece y lo llena de temores.
Pero cuando se le suman errores de terceros, alteran y nublan la mente de los equipos que tienen altibajos y que luchan por encontrar un equilibrio emocional para disputar cada encuentro.
Ayer le tocó el turno a Racing.
El rival, el equipo que nunca queremos enfrentar, porque evidentemente allí sí, casi siempre pesa la historia. (Yo fui testigo en el ’66, donde con ese espectacular equipo no les pudimos ganar de local y dejamos el famoso invicto en el Monumental).
Pero los triunfos consecutivos -ante Banfield y Tigre- permitían soñar.
En mi nota anterior hablaba de conseguir más juego y el equipo lo tuvo.
Pero no me voy a detener en contar lo que pienso de la perfomance de cada jugador.
Hoy quiero hablar de las injusticias. De esas que realmente llaman la atención.
Las que descolocan. Las que son determinantes para el resto del partido. Porque en la cancha los equipos tienen momentos. Y ese era el de Racing.
Había mejorado muchísimo en su juego y cuando pudo ponerse en ventaja, perdió la oportunidad, pero esta vez por groseros errores del árbitro y el juez de línea. Penal de Ferrari a Ramirez ( con expulsión de Ferrari por ser último hombre ).
Este hecho, sumado al posterior penal a Jacob que tampoco cobra, saca a Racing del buen juego y lo desequilibra emocionalmente llevándolo a las luchas y discusiones que naturalmente traen aparejadas estas decisiones.
Y después lo inevitable. Un penal infantil de Lucero ( es increíble su acción en la barrera ). Y un tiro libre de Abelairas mu bien ejecutado –pero que siempre patea a ese ángulo- .
Esto agravó el inestable estado anímico de Racing y no le permitió dar vuelta el resultado, aunque tuvo sus oportunidades, pero siguió mostrando fallas en la definición.
Para rescatar, la recuperada actitud de los jugadores.
Seguramente otro hubiera sido el desarrollo del encuentro si el Sr. Abal hubiera visto en el área de River, lo que vio en la de Racing, quien sin lugar a dudas mereció llevarse al menos un empate.
La imagen final de cabezas gachas, no es por la vergüenza, es por la impotencia de enfrentarse a una justicia que sigue midiendo e interpretando de manera distinta similares situaciones y que nos obliga a irnos con las manos vacías.
Es difícil ser justo en la vida, pero hay que intentarlo siempre.
Lo más duro es cuando las evidencias dejan en claro que
“no es más ciego el que no ve, si no el que no quiere ver”.
Hasta pronto.

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